Winston Galt, seudónimo de un conocido novelista español, y autor cada vez más popular por su impresionante novela Frío monstruo, acaba de publicar ahora un ensayo demoledor que bajo el título de MXXI. La batalla por la libertad y con el subtítulo de “El socialismo es el opio del pueblo” se presenta como “un violento golpe para la disputa política, un auténtico acto de rebeldía, porque la rebeldía no está en las ideologías y utopías, sino en enfrentar a los poderes que ahogan la libertad”.
¿Qué le impulsó a escribir MXX. La batalla por la libertad?
En parte, el cansancio. Cansancio, desde que era joven, de oír el mismo discurso, auténticamente supremacista, de la izquierda, sobre su supuesta superioridad moral e intelectual. Supongo que, como todos, he tenido que soportar desde la ironía al desprecio por mantener opiniones contrarias al discurso mayoritariamente aceptado, pues no olvidemos que incluso la derecha ha aceptado muchos de los principios del discurso socialista.
Por supuesto, el libro es un golpe en la mesa frente a la indigencia intelectual que nos intenta someter, que es propagada a diario y de forma masiva por la mayoría de los medios de comunicación de masas mediante la reproducción de aquéllo que es realmente el socialismo: un mensaje sencillo para mentes simples.
Redactado durante el confinamiento por la pandemia del Covid-19, la observación de cómo el poder puede manipular la verdad que se nos ofrece ante nuestros ojos ha sido un detonante que me ha llevado a escribir este libro como un acto de protesta y de repulsa ante la inminencia del desastre que se nos viene encima, que es, ni más ni menos, que la destrucción de la civilización occidental que ha llevado a la Humanidad a los más altos grados de dignidad y prosperidad conocidos en la Historia. Por lo que podría concluir que el temor a que se destruya el sistema de democracia liberal ha sido una motivación extraordinaria para escribir este libro.
¿Cómo describiría su libro brevemente?
Tal y como lo define el título. La M del título apela a la palabra “manifiesto”, pues no otra cosa quería hacer desde el principio, y los números latinos XXI se refieren obviamente a un manifiesto para el siglo XXI. Luego amplié el título a “La batalla por la libertad”, a medida que el texto fue creciendo y pasó de ser un mero manifiesto a ser un pequeño artefacto de lucha contra la imposición de lo políticamente correcto, pensamiento de la inferioridad que intento desmontar en el libro.
Pero tampoco quiero engañar al posible lector. No es un ensayo de filosofía política, sino un compendio de argumentos e historia contra el socialismo y a favor de la democracia liberal y del capitalismo y, en definitiva, de la libertad como principio ineludible de la vida digna y próspera y en contra de la igualdad con la que el socialismo se llena a diario la boca, que es un concepto estúpido y vacío que sólo se utiliza como coartada para el sometimiento de las sociedades.
También pretendía oponerlo al Manifiesto Comunista, que es un texto insuflado de resentimiento y odio y un alegato a favor de la dictadura y del crimen. Es increíble que un texto transido de tales principios haya determinado la vida del mundo durante los últimos ciento cincuenta años para mal. Ese libro es una bandera de la muerte, el libro que más muerte ha causado a lo largo de la historia. Humildemente, mi libro quiere oponerse a ese texto causante de tantos crímenes.
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¿Qué cree que puede aportar su libro al actual debate ideológico?
Un pensamiento no nace de la nada sino que es el resultado de lecturas y reflexiones previas de otros muchos autores, pero creo que en el libro se explicitan algunos conceptos que no he encontrado antes, pues aunque en algunos autores sí pueden entenderse apuntados o indiciariamente mencionados no están formulados tan explícitamente. De este modo, creo que muchos lectores podrán encontrar formulación de ideas que ellos muchas veces habrán intuido, pero a las que tal vez no hayan encontrado una expresión concreta adecuada.
Así, califico de pensamiento de la inferioridad al pensamiento que lleva a conclusiones y planteamientos socialistas. Y entiendo que en el libro queda demostrado que tanto el mecanismo mental que lleva a aceptar tales planteamientos como el pensamiento mismo socialista son producto y consecuencia de ese pensamiento de la inferioridad que surge del resentimiento personal y social y se plasma en la aceptación de un mensaje sencillo para mentes simples que han renunciado a sí mismas.
La demostración de este pensamiento de la inferioridad es que la socialdemocracia no cree en las personas porque si creyera en ellas no intentaría adoctrinarlas, como hace continuamente. Toda la acción política socialdemócrata es un intento permanente y sostenido de adoctrinamiento emocional a la sociedad.
También es nuevo, o por lo menos yo no lo he encontrado en ningún otro autor, el concepto de «industria política» sobre el cual hice un extenso artículo hace poco que usted tuvo la amabilidad de publicar en este diario. Para conseguir sus propósitos, la socialdemocracia necesita crear una auténtica industria política con la cual pueda sostenerse de la exacción de la sociedad civil y con la que obtener los recursos y el poder suficientes para implantar su adoctrinamiento masivo. Entiendo que tal concepto es importante en estos tiempos pues no otra cosa que una batalla permanente entre la industria política socialdemócrata y la sociedad civil es la que se está librando y la que está llevando, gracias a la supremacía de esa industria política en la batalla, a la decadencia de Occidente y a la pérdida de los valores de tradición judeo-cristiana que nos han llevado a alcanzar la civilización más alta creada por el hombre. Estamos al borde de la caída y comprender cuál es el verdadero enemigo entiendo que es importante para librar la batalla con alguna posibilidad de éxito.
En tal sentido, propugno en el libro la separación radical entre economía y Estado, pues el Estado, invadido por la industria política, utiliza la economía como medio de invasión de nuestras vidas de ciudadanos. Sé que es difícil imaginar una separación tan radical como la que sostengo que sería necesario, pero aunque esto es una utopía, sí al menos comprendemos la necesidad de separar en la medida de lo posible ambas cuestiones, poder político y economía, creo que podremos conseguir avances inimaginables en nuestro ámbito de libertad. Además, mantener nuestra economía alejada de las manos del poder político es la única manera de asegurar un mínimo ámbito de libertad. De ahí que podamos observar la ansiedad del poder político por invadir cada vez más nuestra libertad económica: desde conseguir la mayor exacción de nuestro dinero y del rendimiento de nuestro trabajo hasta no dejar un resquicio a la libertad individual son actuaciones habituales del poder político que conllevan que cada vez tengamos menos libertad individual.
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¿Quiénes son, en su opinión, los principales enemigos de las sociedades abiertas?
El colectivismo. El colectivismo en todas sus vertientes. El colectivismo que aniquila la individualidad. Cualquier pensamiento que anteponga el “interés general”, el “bien común”, el derecho de cualquier colectividad por encima de los derechos individuales es el enemigo de la libertad. Todo pensamiento colectivista es socialista por naturaleza, y no lo puede evitar.
El pensamiento colectivista, que no otra cosa es el pensamiento de la izquierda, colapsa ante una sociedad abierta. Ocurrió a finales del siglo XX. Pero ha vuelto de forma encarnizada a presentar batalla. Usted mismo lo ha descrito magníficamente en muchos de sus artículos. Cuando cae el bloque soviético, la izquierda, que creíamos acabada, se reagrupa y vuelve a atacar desde el frente del Foro de Sao Paulo. Su estrategia ha cambiado, no propugna abiertamente la dictadura del proletariado, pero busca otra clase de dictadura, como la ha buscado siempre. La libertad es el peor enemigo de la izquierda porque saben que allí donde hay libertad jamás ganan. De hecho, la imposición del pensamiento políticamente correcto y del marxismo cultural es la censura más eficaz jamás inventada por el hombre porque provoca la autocensura, es su primera batalla; han de cercenar la libertad de pensamiento y de expresión como primer paso para implantar sus mandatos.
Debemos tener en cuenta que, como se cuenta en el libro, sólo hay dos ideologías en el mundo: el liberalismo, conservador o innovador, que antepone la libertad y la dignidad del individuo a cualquier otra consideración, y el socialismo en todas sus variantes: socialismo, comunismo, nazismo, fascismo, falangismo, nacionalismo o socialdemocracia, que antepone el valor de los grupos al de los individuos. Esta segunda visión política siempre es totalitaria por naturaleza pues coloca al individuo en un segundo plano respecto a los grupos y en los grupos evidentemente los individuos son anulados.
Anular el individualismo no es, por tanto, acabar con la insolidaridad y el egoísmo sino, muy al contrario, anular la personalidad individual para someterla al colectivo y de este modo asegurar el control total por parte de las élites políticas sobre la sociedad.
Si somos capaces de comprender que con Estados que suponen, cuando menos, el 50% del PIB de los países y que siendo tan inmenso su poder ejercen una influencia decisiva en el resto de la sociedad, achacar la culpa de los males a la parte pequeña de la sociedad civil que puede actuar con un mínimo de libertad es una falacia que sólo tiene por objeto engañarnos para continuar incrementando nuestro sometimiento, creo que habremos avanzado mucho en la comprensión del mundo real que vivimos, que no es precisamente un mundo capitalista ni liberal sino fieramente estatista (y, por tanto, socialista) y podremos entonces comprender de dónde proceden nuestro principales problemas.
Por ello, he intentado combatir esa falacia que repite la socialdemocracia a diario en todos los países occidentales sobre que vivimos en un mundo capitalista desordenado y cruel, cuando lo cierto es que vivimos, incluso en los países occidentales, en sociedades socialistas con una pequeña parte de libre mercado.
Es la misma razón por la que, frente a la machacona insistencia de la izquierda en reivindicar la igualdad como principio básico de convivencia, he reivindicado la desigualdad como derecho humano irrenunciable. Sólo hay una igualdad imperativa, que es la igualdad ante la ley y es la que nos hace verdaderamente libres e iguales. La igualdad de resultados que predica la izquierda no es sino la coartada para imponer su dictadura, de ahí que su discurso del altruismo sea una farsa para hacernos partícipes de un sentimiento de culpa que nos lleve a aceptar el sometimiento. Cambiar nuestra forma de pensar al respecto nos haría libres.
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Si el socialismo es, en su opinión, “el opio del pueblo”, ¿qué es la socialdemocracia?
Predico la expresión el opio del pueblo de la propia socialdemocracia. El socialismo, en sus versiones más avanzadas ni siquiera es el opio de pueblo, sino la muerte del pueblo.
La socialdemocracia ha quedado en la mente de todos los ciudadanos occidentales como un mensaje político de solidaridad y amor, como la única ideología que podría hacer justas nuestras sociedades, pero esto no ha sido sino la consecuencia de la imposición educativa y cultural, no de la verdad. Debemos recordar que la socialdemocracia nace al amparo de la opulencia que consiguen las sociedades capitalistas. Algunos socialistas se dieron cuenta de que intentar imponer un socialismo radical a un proletariado que avanzaba en su nivel a vida a niveles insospechados y sorprendentes ya no era viable, así que optaron por adoptar el mensaje socialista a sociedades más abiertas. Pero el socialismo, como toda doctrina totalitaria por naturaleza, no puede olvidarse de sí misma, y lo cierto es que, incluso en los países democráticos poco a poco va consiguiendo que cada vez lo sean menos y cada vez sea mayor la imposición educativa y cultural de su credo, lo que lleva a unos niveles de totalitarismo social (aún no político, pero esto es cuestión de tiempo) impensables en Occidente hace tres o cuatro décadas.
Por ello la socialdemocracia es tan peligrosa, porque bajo un guante de seda esconde una mano de hierro a la que no puede renunciar salvo dejando de ser lo que es por naturaleza. Bastiat ya indicaba que el proteccionismo, el socialismo y el comunismo no son sino partes del mismo árbol. Es lo que estamos comprobando actualmente en Occidente, que el socialismo, aparentemente bajo una máscara democrática, se está imponiendo con una fuerza coercitiva que nos deja algo anonadados porque no lo podíamos imaginar hace unos años. Pero lo cierto es que tras la excusa de las grandes causas que dice defender, la socialdemocracia lo único que pretende conseguir es el poder. Como mantengo en el libro, y creo demostrar con argumentos sólidos, el socialismo y la socialdemocracia no se han convertido sino en medios de acceso al poder. Para ello, prometen igualdad, no discriminación, “no dejar a nadie atrás”, como vacuamente dice nuestro por desgracia Presidente del Gobierno, que parece un loro sin sentido y estúpido, y todas esas batallas que se han inventado precisamente en el momento en que estaban o superadas o siendo superadas: igualdad de sexos, igualdad racial, etc.
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¿Todos los Gobiernos deben considerarse como enemigos por los ciudadanos?
Creo que sí. El Gobierno, cualquier Gobierno, siempre intenta sostenerse en el poder y para ello ha de atraer a sus intereses cualquier otro poder que se le oponga. Es su naturaleza.
Además, este principio, que menciono al comienzo del libro, no es una frase vacía, sino que debe implicar un modo de pensar en el poder como algo ajeno y opuesto a nuestra libertad individual.
Observo con preocupación cómo muchos electores votan suspirando porque obtenga la victoria su opción política, confiados en que el Gobierno que surja los provea de cualquier clase de prebendas, desde subvenciones a puestos de trabajo sin habérselos ganado. Tal actitud es servil, es la actitud del sometimiento, de la servidumbre. Todo Gobierno aspira a ampliar su esfera de poder y si es socialista o socialdemócrata, mucho más. Podemos estudiar la evolución de los Estados en Occidente de los últimos cien años y podremos comprobar cómo la invasión del poder político en las vidas de las sociedades se ha multiplicado exponencialmente. Desde apenas el 10% o 15% que representaba el gasto público en los países occidentales hace cien años hemos pasado a valores que oscilan entre el 40% y el 60%. Eso implica que la esfera de poder de un Gobierno hoy es mucho mayor en la sociedad de lo que lo era hace cien años. Los países occidentales se hicieron ricos cuando sus gobiernos y Estados representaban un porcentaje mucho menor de la sociedad y desde entonces han ido creciendo de forma insostenible hasta ahora en que estamos en una situación económica al borde del colapso. Cuando los gobiernos representaban mucho menos los individuos no esperaban de ellos que les solucionara la vida sino que mantuviese orden, educación y justicia. Hoy le pedimos a los gobiernos casi que nos digan lo que tenemos que hacer cada día. Esto ha provocado unas limitaciones enormes de la libertad individual y un grado de sometimiento y de pobreza mucho mayores. Se dirá que hoy estamos mejor que hace cien años y es cierto, pero porque la parte de la sociedad civil que ha podido seguir siendo libre ha evolucionado con más rapidez que la humanidad en sus miles de años de historia anteriores, pero no es menos cierto que hoy podemos ver que tales ámbitos de libertad son cada día más restringidos y que nuestras economías no crecen tanto. Es consecuencia de la invasión de la sociedad por el poder estatal, representado por cada uno de los gobiernos que se suceden casi sin poder apreciar diferencias esenciales muchas veces entre unos y otros.
Que este mayor poder del Gobierno, este inmenso poder estatal, es incompatible con la democracia y con el verdadero poder del pueblo no es algo que me haya inventado yo, sino que a la evidencia empírica de tal afirmación se corresponden afirmaciones de santones del socialismo que así lo reconocieron, como el propio Marx, que afirmó que Estado y democracia son incompatibles. Estamos en un momento en que el Estado es tan invasivo que no sólo ostenta su propio poder derivado de las leyes sino que ejerce una influencia tal que controla también y condiciona a la otra mitad, a la sociedad civil, que cada vez se ve más restringida y sometida.
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¿Cómo ha conseguido el actual neocomunismo dominar ‘de facto’ en amplios sectores de la sociedad como la cultura, la educación o los medios de comunicación, entre otros?
No tengo la menor duda de que ha sido a través de sus medios de propaganda. Debe recordarse que se menciona mucho la propaganda nazi, pero ésta no fue sino una copia de la propaganda de los Partidos Comunistas de todo el mundo occidental desde la implantación de la dictadura en Rusia y la creación de la URSS.
Un ejemplo evidente es que, a pesar de haber cometido más crímenes que el nazismo, el socialismo y el comunismo están limpios en tal sentido en el inconsciente colectivo y, de hecho, la gente de izquierdas se muestra orgullosa de su ideología mientras que se ve como algo vergonzoso, y con razón, compartir la ideología nazi, cuando son básicamente lo mismo: socialismo. Esto demuestra el éxito de su propaganda, pues considerarse comunista debería ser tenido en la conciencia pública tan indigno como considerarse nazi.
Hemos de partir de una premisa básica: el ideólogo pretende por naturaleza convencer o engañar al prójimo, mientras que el demócrata lo deja libre para que piense por sí mismo. En tal sentido, es evidente que los demócratas pocas veces han hecho proselitismo de su mensaje, precisamente por creer en la libertad de los demás.
Al partir del impulso “redentor”, como cualquier religión por naturaleza totalitaria, el socialismo pretende “convertir” a las masas. Para ello, ha conseguido dominar la educación (de ahí que se oponga a cualquier sistema educativo privado) para adoctrinar a las personas desde la niñez. España en un ejemplo: todas las leyes sobre educación desde la Constitución de 1978 son socialistas. Los gobiernos de derechas no han tenido valor para cambiarlas.
Y, por supuesto, tenemos el problema de la universidad. Han llegado al profesorado universitario generaciones de jóvenes ya educados en el socialismo, de modo que han continuado con su prédica de una forma exacerbada y acrítica con todo lo que sea socialismo. Hoy, el pensamiento de la inferioridad del que surge el pensamiento políticamente correcto es un auténtico dogma no ya en las universidades sino en todas las sociedades occidentales que está pudriendo nuestra historia y nuestros valores y que acabará con nuestra civilización a menos que pongamos pie en pared.
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¿Por dónde pasa la resistencia a lo que usted define como la ideología de la servidumbre?
En mi libro dedico un capítulo a este asunto porque parto de la necesidad de que haya una defensa decidida, agria si es necesario, de los principios de la democracia liberal ante el ataque socialdemócrata que está cerca de aniquilarnos.
En ese sentido, un personaje de mi novela Frío Monstruo se define como un demócrata que odia como un comunista.
En parte, es lo que necesitamos. Odiar a las formas de vida que nos odian y que quieren someternos a esa forma inferior de vida que es el socialismo.
El socialismo es activista y hostil, y ha ser opuesto de la misma forma. En el libro menciono, entre otras cosas, qué podemos hacer, no dar lo inmerecido a quien no se lo merezca, obligar a nuestros políticos no socialistas a proponer una Ley de Responsabilidad por medio de la cual se comprometan a instaurar una meritocracia sin concesiones; debemos oponernos a la intervención estatal en todo aquello que podamos, de la forma más firme que podamos y no darle a nuestro Gobierno nada que no sea lo que imprescindiblemente nos haga cumplir la ley; debemos oponernos a sus arengas y argumentos y acusaciones; debemos prescindir en la medida de lo posible de sus concesiones y oponernos con todas nuestras fuerzas al instrumento más hábil que utilizan los gobiernos socialistas, las subvenciones. Debemos propugnar que los partidos no socialistas se comprometan a declararlas ilegales. Debemos oponernos frontalmente al discurso falsamente altruista y volver a considerar el valor individual de cada uno y comprender que cada vez que el Gobierno te exige algo te está robando y que sólo es admisible entregar una parte razonable de lo que producimos: debemos ganar la autoestima necesaria para oponernos a esos discursos de la culpa con que nos golpean continuamente y que pretenden someternos y deberíamos propugnar, como decía antes, una separación lo mayor posible entre Estado y economía, pues es la única manera de subvertir la imposición estatal, siempre socialista, que pesa como plomo sobre las alas de los individuos. Y debemos alarmarnos cada vez que un político menciona la palabra solidaridad. Quiere robarnos.
Finalmente, he visto con agradable sorpresa el escrache en un pueblo de Cádiz a Monedero. Siempre me dicen que responder con la misma moneda nos convierte en iguales. No lo comparto. Estamos en guerra, cultural e incruenta aún, pero es una guerra. Y creo que el principio de reciprocidad es el que debe guiar los pasos también de los demócratas. Podemos instauró el escrache en España. Pues es conveniente que lo sufra.
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¿Qué nos espera en ‘Libera’’?
«Libera» es un país virtual en mi novela de ficción Frío Monstruo.
Aún no existe, pero Libera es un ideal, un país imaginario donde se encuentren individuos libres e iguales, donde el sacrificio sea voluntario, donde la autoestima en el propio valor y en las propias cualidades sean la máxima y donde nadie sea sacrificado por otros.
Es el país ideal para la estirpe de los hombres y mujeres libres que debería crearse entre todos los que creemos en la libertad, donde no existirá ni un solo colectivo porque cada persona es única y especial.
Libera es de momento una utopía, pero espero que algún día tenga naturaleza propia y sea un lugar de encuentro de personas libres, de debate intelectual intenso y de creatividad sin límites. Ese país que jamás ha existido porque siempre las fuerzas ocultas del colectivismo lo han impedido.
Estamos trabajando para construir Libera y ojalá algún día pueda venir de nuevo a estas páginas a ofrecerles ese país virtual a los ciudadanos que leen periódicos como éste que usted dirige. Como escribo al final de mi libro: dos personas no somos un país, pero somos un mundo. Un mundo que puede surgir en cualquier momento.
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Este artículo corresponde a un resumen de una entrevista realizada a Winston Galt el autor de obras políticas que puedes disfrutar haciendo click aquí. Si quieres leer la entrevista entera visita el siguiente link.
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